lunes, 8 de abril de 2013

El alba comenzaba a teñir de blanco el horizonte cubierto de nubes, como una pequeña candela que tenuemente alumbrara el cielo negro, paso a paso, timidamente.

Juan no había dormido en toda la noche, se encontraba ahora sentado frete a tres lienzos que había estado pintando, lienzos deformes que definían claramente su estado de ánimo durante la noche en vela, eran pinturas abstractas y de líneas abigarradas grotescas en tonos rojos y negros, que se mezclaban en convulsas volutas formando un todo caótico. Después su espíritu se había serenado y la creación de su mano nerviosa se había refugiado en los recuerdos, amarillos y violetas en todos los tonos y mezclas imaginables se extendían en curvas que cruzaban el lienzo casi verticalmente. Había dolor en los recuerdos y el pincel los había sentido guiado por unos dedos atormentados, sumidos todavía en un ayer de sonrisas y miradas húmedas.

Los verdes ocuparon mas tarde su cerebro, campos brillantes, hojas mojadas por el rocio, veladas por la delgada capa de escarcha o arrugadas y secas por el sol, perdida su tersura antes las ondas de calor o acentuada durante unos momentos por el frio que precede a la muerte. Se mezclaba entre ellos los verdes de la juventud, de la hierba en primavera, del árbol que renace con sus brotes nuevos al aire perfumado y suave de un cielo azul.

Juan no sentida ni sueño ni cansancio algunos, notaba un poco agarrotada la mano izquierda que había soportado la paleta muchas horas en una misma posición; estiró repetidamente los dedos de ambas manos, se llevó la derecha a la boca restregándose una mancha de pintura que le cruzaba el labio, miraba los cuadros desparramados por el estudio; sus ojos se clavaron en el lienzo de Maria, el busto de una mujer cubierto de luces, de arcos brillantes; su sonrisa, la dulzura de los ojos en ese mirar distante y ensimismado, la garganta y la curva sinuosa de los hombros; se estremeció. Ya eres una mujer María, ha transcurrido tu primera noche de amor; un hombre te ha entregado su cariño, te ha estrechado entre sus brazos y ha acariciado tu cuerpo. Tu has correspondido con tu virginidad y él la ha deshecho en un abrazo incontenible, ¿le has dado algo más?, tu dolor de niña y tu sonrisa de mujer; sonrisas, besos, lágrimas, dime, ¿le has dado algo más? tu alma quedó detenida en el umbral de la alcoba, tu alma pequeña llena de inocencia, la has perdido, se encuentra desorientada en una casa extraña, entre objetos que no conoce ella que solo sabe de ilusión y aire del camino, de risas que suenan en el bosque de los sueños, ella que fue como las hojas cuando nacen en primavera, como las ramas dormidas en el estío, se encuentra ahora en una tierra agria, entre retazos de verde amargo, dolorida antes los murmullos que se oyen en la habitación cercana. Ha venido hasta mi y se ha dormido en el aire de mi estudio.

Juan sentía el verde amargo en su pensamiento cansado, se volvió al ventanal y contempló el amanecer, le escocían los ojos enrojecidos por el insomnio.

Tenia ante si la tristeza del hombre solo, que lucha consigo mismo segundo tras segundo de su existencia, era una batalla que se libraba en su alma siempre alerta en la búsqueda de la belleza

Tristeza en los recuerdos. El sol, como un globo rojo, se alzó entre nubes tiñéndolas de púrpura.

Tristeza en las manos cansadas de pintar; el cielo negro se hizo blanco en el horizonte y azul Prusia en el infinito.

Tristeza en los ojos cansados de mirar.

La niebla se disipó en los tejados, anudándose estremecida en las chimeneas y los picos de las buhardillas, el aire se hizo cristal.

Tristeza en el corazón que quiere seguir latiendo.

El sol se fundió en un crisol amarillo y lanzó su primera onda de calor.

Tristeza en el cerebro que sueña y sueña sin cesar.

El segundo rayo de sol lleva sonido de campanas y brillo de esperanza.

El alma se llena de transparencias; el cielo se vuelve azul en el esplendor de la mañana, el aire se respira, profundo, inunda el cuerpo de savia fértil.

Soñar con la risa de una mujer que brota de las paredes del estudio; con los susurros de amor que se escuchan en el aire, con las miradas de ternura que se filtran entre los lienzos.

Soñar con los tejados sin fin de la existencia, con la ciudad que despierta confiada, con los niños que juegan, con los hombres que trabajan como máquinas y las máquinas que aprenden de los hombres.

Soñar con el agua que corre entre las peñas, con el fondo de los lagos oscuros, con la montaña altiva y estremecedora, con los bosques, las flores, los pájaros y el alba, el viento y el mar. Soñar con vivir.

Cuando el tercer rayo de sol abrió definitivamente el nuevo día, Juan con la mirada perdida en su blancura, sonrió.

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